miércoles, febrero 11, 2009

Pasión Escénica



Todo tiembla, nada está quieto, tus manos, el aire que aspiras y expiras en un intento vano de hacer que todo pare. Lo haces bien, lo haces genial, eres la envidia de cualquier chaval, pero te caes sin saber por qué. Tropiezas sobre una superficie lisa sin obstáculo que te entorpezca el paso, pero te caes y sin saber por qué. Comienzas a pensar, que es lo que podrá pasar, si no puedes hacerlo mal. Te gusta lo que haces y les gusta lo que ven, ¿qué es lo que haces entonces vuelto del revès? Y tus manos tiemblan, tu frente exuda chorretones de nerviosismo, tu pecho parece romperse golpeado y movido por el pálpito del violento fluir de tu sangre ávida de tí escapar. Y tu rostro se encoge, se paraliza ante la mirada redentora de la concurrencia. Se oye una tos que se clava como un puñal en tu orgullo. No eres merecedor de tal final. No quisiste que eso ocurriera, nunca quisiste pronunciar estas palabras pues serían tu sentencia. Y ahora por fin liberas tu mente, concentras tu atención en lo que haces y en como lo haces, porque ahora eres tú y no un cúmulo de pensamientos desordenados fruto del miedo. Nadie te juzga, solo tú tienes derecho a hacerlo. Decidiste mostrarte al mundo, ser parte de él, ser parte de los demás, entregar tu ser de forma altruista para el disfrute de hasta los más desafortunados espectadores. Y con esa belleza de la vergüenza, con esa franqueza de la palabra y esa particularidad a tus elegidos sales por esta vez a la luz, a tomar el aire fresco que recogeran tus letras y cada una de tus comas para gritar y deslomar a los canes que te cerraban el paso.



" No tiene demasiado sentido recordar aquello. Tampoco hay lugar ni orden por el que empezar. La habitación era pequeña. Muy pequeña, jodidamente asfixiante, según recordaba.
Habían estado juntos en esa habitación cientos de veces, habían disfrutado en ella como dos animales en celo más de las veces que se habían mirado a los ojos, pero entonces la habitación no era tan pequeña. Ni tampoco era roja. No está segura del color de las paredes, pero cree recordar haber visto destellos rojos a intervalos en sus desencajados ojos. Por supuesto era rojo sangre. Rojo sangre, que es más trágico que el rojo pasión. Porque está claro que ésta es una historia trágica, aunque no recuerdo los motivos.
Además el rojo sangre es más poético. Y esas horas, si algo tuvieron, fue poesía. Pero de esa poesía carnal y abrumadora que te quita las fuerzas pero te alimenta las ganas, esa poesía que te cierra y te abre cicatrices, te escupe y después, te eleva, te eleva hasta lugares donde todo vale y sólo existen los impulsos.
Ésa era su poesía. Y nadie, nadie más poseía tal tesoro.
No sé quién está contando esta historia, eso no es un detalle importante. Esta no es una historia de detalles, las historias tienen principio y fin y ellos estaban destinados a no conocer el significado de esa segunda palabra. Estaban condenados a continuar mutilándose.
Por eso digo que no interesa quién ha hablado aquí, qué puede importar eso cuando el mismo acto de la vida te despedaza y es ese placer autodestructivo lo que te da más fuerzas para subir y bajar, y subir y bajar. "

Texto => Aresti

Texto => Anónimo