martes, febrero 16, 2010

Pequeño y maltrecho homenaje

-Tú no te fíes, hasta el pensador de tu devoción es el hijo de puta que te meterá una bala entre ceja y ceja, guayabete. Así que yo de tí cogía y al menor descuido, le clavaba la Parabellum en la nuca y hasta el fondo, como si fuera tu pájaro y estuviera hambriento de hembra. Se es rápido y sin remordimientos, no pienses en tu Dios, déjate esas mariconadas si no quieres llevártelas a la tumba antes de tiempo -decía mientras escupía cáscaras de pipa- Como un conejo acorralado me tienen que pillar para yo morir, antes que vivir entre unas rejas privada de mí misma. Esa es la peor muerte, guayabete. Del mismo modo puedes acabar tú tus días, no te acorbades joder, que estamos hasta el cuello de mierda como para estas gilipolleces. Caridad es lo que esperas de tus hermanitas, más lobos son, más sanguinarios que sus canes fieles. Tu último estertor sea pues luchando. Piedad es lo que pides, piedad das, haces lo que dicta tu corazón, y yo no te voy a juzgar. Te cabalgaría hasta la muerte yo misma si por mi fuera, fiera en la cama, extenuando tu sexo, pero será el sedante el que atenúe tu sufrimiento. No se juega con estas cosas cabrón. ¿Y qué íbamos a hacer, guayabete? Ya estábamos en esto, ahora a cargar con la jodienda y arreando. Y no hay más, mas que luchar por sobrevivir, ¿o no es eso lo que dicta tu Dios también? Hazle caso. -con el aliento fresco en su oreja despierta y oye con clarividencia su adiós, embriagado por la suave fragancia de mujer, que sin embargo de otra recordaba - Hasta la próxima, guayabete.