miércoles, septiembre 01, 2010

Desperdicios

Seis de la mañana. Se levanta aletargado y con hedor a hospital geriátrico, pero aquel escenario se nutre de rosales, jazmineros y al fondo una chopera que bebe del río que baña sus raíces. Sin dejar que salga el sol come, y cucharada tras cucharada se harta de tragar, se harta de masticar, se harta de levantar los párpados para mirar cuanto queda, y, sin embargo, no ve más allá. Cubre sus ojos al primer rayo de sol, su piel y su cabello. Y camina, por caminar, creyendo que su mal humor se irá, se alejará de su paz. Pero suda lágrimas y llora sangre. Y, sin embargo, cree que es feliz. Arrastra su cuerpo espichado hasta encontrarse con alguien. Una bella mujer, que lo acoge en sus brazos y presta sus labios a su hastío, y su carne a su mezquindad... Un simple aliento, un estertor limpio y suave congela las facciones de su rostro y ya no se yergue, sino que dona su palidez a la hierba, al suelo redentor. Y olvida todo mientras babea, mientras lucha por levantar la mirada y seguir viéndola. Cuanto cuesta caminar, mirar, sonreir, llorar. Y ahora, a un suspiro de la muerte, lo entiende todo.