viernes, mayo 20, 2011

TERREMOTO

Parafrasendo a José A. Pérez (Mi mesa cojea)


El mundo es una gran placa tectónica que resiste la tensión hasta que un día no puede más y se produce el terremoto. Desde hace unos años vivimos el mayor seísmo desde la Segunda Guerra Mundial. No hay mes en que la tierra no se agite en las primeras planas de todos los periódicos. Crisis financiera, política, ideológica y energética, Wikileaks y África.

Aunque el epicentro tiene lugar en Estados Unidos, las ondas sísmicas están destrozando España. Cinco millones de parados, recortes sociales, familias sin trabajo ni esperanza, huérfanos de burbuja y de cultura, súbitamente conscientes de que nuestro Destacado Papel Internacional era un espejismo fruto de la autocomplacencia. El terremoto mundial ha derrumbado nuestro castillo de naipes edificado sin licencia dejando todas las cartas boca arriba. Y la sospecha se ha constatado: íbamos de farol.

Ahora, con la baraja rota e inservible, nuestros democráticamente electos representantes nos piden confianza y paciencia. Todo, nos dicen, ha sido un gran malentendido. Y nos dan eslóganes placebo con promesas placebo mientras compiten por el insulto más ingenioso.

Éste es un país de políticos profesionales y corruptos vocacionales, de dinero negro y favores discretos. Hasta ayer España se obviaba a sí misma por aquello de Barcelona 92, euro y séptima potencia mundial. Pero ahora hay un terremoto y unos cuantos, mira tú por dónde, ya no quieren seguir obviando. Y han empezado a agitarse.

¿Por qué?, se preguntan asombrados los contertulios habituales. Con lo que costó traer la democracia, resoplan. ¡Hasta hubo que dejar que el caudillo palmase y que ETA volase a Carrero Blanco! ¡Cómo se nota, farfullan, que no han vivido una transición!

Y por más que divagan, los contertulios no encuentran un sentido a la agitación aunque el sentido sea obvio. Se agitan porque la tierra se agita. Sólo los muertos y los idiotas se quedan quietos durante un terremoto. Los sensatos, los que aprecian la vida, lo que aun no están muertos corren a las calles y a las plazas. Y llaman a gritos al resto.

Quienes estos días duermen a la intemperie entre pancartas y pegatinas no son anarquistas. No son la extrema izquierda. No son los estudiantes ni los parados, no son perroflautas ni pensionistas, no son de tal o cual plataforma. No son los internautas ni los desencantados.

No son los indignados.

Son los que quieren que soñemos que, todavía hoy, soñar es posible.

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